Por Natalia Stoppani*
Las adolescencias están en el centro de muchas conversaciones familiares, educativas, sanitarias y polÃticas en la actualidad, de distintas maneras. En algunos casos, como la franja etarea más golpeada por la pandemia, ya que en pleno proceso de autonomización y de crecimiento, debieron estar en casa mucho tiempo para la preservación individual y colectiva frente a la tragedia provocada por el virus del Covid-19.
En otros casos, aparece como la población problema, con las viejas caracterizaciones que la asocian solo a ser objeto de polÃticas preventivas: de adicciones al alcohol o las drogas, de embarazo adolescente, y ahora del uso abusivo de la tecnologÃa. En éste último caso resulta importante agregar que lo complicado son tanto los diagnósticos que uniformizan las vivencias de las adolescencias con las distintas tecnologÃas (desde redes sociales, apps hasta celulares y consolas), como la referencia a las vidas adolescentes sólo en relación a lo que (les) pasa con tales dispositivos.
Asimismo, también están las adolescencias que son sujetas de polÃticas que van desde el abordaje de la salud mental hasta de sus primeros trabajos o los estudios superiores, luego de que terminan la secundaria. PolÃticas con enfoques de derechos humanos, con interpelación como sujetos de derecho, con capacidad de decidir y de pensar crÃticamente, y, en no pocos casos, con mucha, pero mucha necesidad de acompañamientos múltiples, frente a una sociedad cada vez más desigual.
Por un lado, polÃticas que los tratan como peligrosos, como incompletos y como objetos de tutela, y por otro, polÃticas que apuestan a potenciar el deseo de saber, conocer y crecer en comunidad, solidaria y responsablemente.
Muchas veces dudamos, inclusive, de si la presencia en tantas conversaciones, hasta incluso de ser protagonistas de una serie que causó furor como es Adolescencia, en singular (ojo) y en Netflix, es una señal de preocupación “real” o si es, más bien, un subirse a una ola que conviene.
Mientras la serie, por su masividad y narrativa, expresa que conectó con algo que sucede o preocupa, todas las empresas privadas y grandes monopolios, los falaces “mercados libres”, colocan a las adolescencias como destinatarias de sus ofertas “plataformizadoras” de la vida, llenándose los bolsillos de clicks monetizados y vendiendo jóvenes millonarios, vidas lujosas, cuerpos hegemónicos.
A estas propuestas se le suman las voces desde el poder ejecutivo y legislativo de la Nación: en noviembre del año pasado tuvo media sanción un proyecto de ley que, fundamentalmente, prohÃbe el acceso de personas menores de 18 años a sitios y plataformas de juegos de azar y apuestas, de pronósticos y apuestas deportivas en lÃnea y prohÃbe los auspicios de casas de apuesta en eventos deportivos (como el fútbol): el PRO se abstuvo y la Libertad Avanza votó en contra.
Asistimos a semanas en las que se está debatiendo a nivel nacional un proyecto de punibilidad para tratar a las adolescencias como adultas.
Finalmente, también encontramos situaciones en las que sobre esta población “cae” el Estado y, lejos de hacerse presente para cuidar y proteger, aparece como una cadena de múltiples intervenciones que, por ineficaces o pobres de recursos, refuerzan la situación de vulneración. Asà como se observa la centralidad que adquiere el tema desde la dimensión jurÃdica y penal: asistimos a semanas en las que se está debatiendo a nivel nacional un proyecto de punibilidad para tratar a las adolescencias como adultas.
Los discursos sociales en torno a la cuestión son, como se observa, heterogéneos. Pero, al mismo tiempo, sà creo que asistimos a un momento epocal en el que las adolescencias deben ser tema de un modo particular. Desde mi punto de vista, la pandemia y sus efectos impusieron de modo vertiginoso la necesidad de re enlazar y de re conectar con esas y esos adolescentes de nuevo modo, con el mismo Ãmpetu con el que debemos contrapesar el avance de las lógicas mercantiles que vieron ahà una oportunidad para profundizar su proyecto de mundo individualizante.
La tarea que tenemos por delante, desde las aulas, clubes de barrio, militancias sociales y las polÃticas públicas en todas sus expresiones, es enorme. Por un lado, porque debemos invertir la carga de la prueba: ¿no seremos las personas adultas quienes debemos asumir las responsabilidades que nos corresponden para ese re enlazamiento social al que vengo haciendo alusión? Desde ya, esto implica diseñar y proponer acciones para las adolescencias, pero sobre todo implica no corrernos de la escena.
No estoy proponiendo una sociedad que tenga como centro a los adultos, sino una sociedad en la que nos hagamos cargo de la vida en común, desde la autoridad de los roles que nos corresponden y la experiencia acumulada, como práctica polÃtica que ponemos a disposición del conjunto, recreando las formas para re-construir esas relaciones. Por otro lado, la tarea por delante es enorme porque implica revalidar la idea de que en las generaciones que vienen (y que ya son) seguimos viendo la posibilidad de transmisión, que es, también ni más ni menos, que la efectiva concreción de la convivencia democrática.
Si pensamos la polÃtica como la posibilidad cambiar el orden que coloca a unos en el goce de privilegios, nos paramos en una posición en la que no todos coinciden.
Si pensamos la polÃtica como la posibilidad de interrumpir destinos prefijados, de cambiar el orden que coloca a unos en el goce de privilegios y a otros en el lugar de consumo de lo que sobra, ya nos paramos en una posición en la que no todas las personas adultas coinciden. No piensan asà quienes tienen a cargo el gobierno nacional, ni los colaboracionistas de la ciudad, ni los cómplices de a ratos.
Ellos buscan politizar a la sociedad en un sentido autoritario, discriminador, racista y violento. Tenemos ahà un desacuerdo y es fundamental: la igualdad como principio y como búsqueda. No es justo que dejemos a las adolescencias en situación de desamparo, en un gran “arreglate solo”, o al menos no lo es si apostamos a que la sociedad que necesitamos tiene que ser participativa, colectiva y solidaria.
Lo que está en juego, en definitiva, es que seamos capaces de construir un proyecto polÃtico que apueste a la vida compartida como único modo de realización.
*Candidata a legisladora por Es Ahora, Buenos Aires